Pequeñas crónicas de la crisis…
Caja de Chicle
Vinicio Portela Hernández
Hay personajes en las ciudades que son íconos, en el caso del centro de Tuxtla Gutiérrez son los vendedores de golosinas, también llamados “canguritos” por las cajas de madera que utilizan para cargar los dulces, pero al mismo tiempo son los exhibidores donde acomodan la mercancía.
La gran mayoría de estos son indígenas tsotsiles, nativos de la zona de los altos de Chiapas, que emigraron a la ciudad capital para ganarse la vida vendiendo cigarros, chicles, paletas de caramelo, a los parroquianos que transitan por la plaza central.
Juan Pérez Hernández es uno de ellos, nacido en San Juan Chamula, dentro de una familia que se dedicaba a la artesanía, su padre era un Mayol y por su condición tenía otras dos familias que mantenía a base de la fabricación de prendas de vestir tradicionales.
Desde muy corta edad, a Juan le enseñaron la responsabilidad de un trabajo, pero a él no le gustaba vivir en el pueblo, junto a otros compañeros indígenas soñaban con viajar a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez.
Un día, cuando se encontraba de paseo en el río Yultonil, Juan escuchó historias de lo bien que se vive en la capital, apenas tenía 17 años, pero a esa edad en San Juan Chamula los niños ya están en búsqueda de pareja para casarse.
Ya se acercaba la fecha de la celebración del Santo Patrono, dos meses para ser exactos, y al mismo tiempo su cumpleaños número 18.
Era una fecha muy especial, pero Juan tenía planeado salir del pueblo y emigrar a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez.
Por la tarde fue a visitar a su novia María y la invitó a ir un paraje cercano a las ruinas de la Iglesia de San Sebastián, ahí le comentó sobre la aventura que quería emprender en la ciudad.
La joven indígena con lágrimas en los ojos le suplicó que no se fuera, él como una muestra de compromiso le dijo que se casarían cuando el juntara el suficiente dinero y que se la llevaría a vivir a la capital.
Sellando ese acuerdo haciendo el amor entre las flores silvestres que crecen alrededor de las ruinas de la Iglesia de San Sebastián.
Paso el tiempo, Juan y María habían consolidado su relación de noviazgo, él le había ido a dejar algunos presentes a su suegro, dos litros de posh, cuatro gallinas, un costal de frijol y otro más de maíz. Por lo que el acuerdo de nupcias no se podría romper.
Pedro, el mejor amigo de Juan, le comentó, que sus primos viajarían a Estados Unidos y dejarían los cuartos que ocupan en la capital.
Que esa era la oportunidad para establecerse y empezar con un buen trabajo, ya que sus familiares dejarían pagado seis meses de renta, la cual incluye las tarifas de luz y agua potable.
La emoción de Juan no podría ser mayor, tenía todas las posibilidades de vivir su sueño y lograr establecerse en Tuxtla Gutiérrez.
Fue a su casa y debajo de una maceta tenía guardados todos sus ahorros, 835 pesos que había ganado por la venta de un chuck a un Mayol amigo de su papá, luego se reunió con Pedro en el panteón del barrio de San Pedrito, juntos tenían más de mil 500 pesos, los que servirían para llegar a San Cristóbal de las Casas y luego transbordar para dirigirse a Tuxtla Gutiérrez.
Todo estaba planeado, Juan y Pedro realizarían su travesía el mismo día 24 de Junio, a la hora de la misa de San Juanito, luego esperarían a que hiciera reacción el posh y se escabullirían entre los turistas que llegan en esas fechas.
Llegó el día prometido, Juan se fue muy de mañana al panteón de su barrio San Sebastian y se persignó frente a las cruces, les rogó a Chul Metic y Chul Totic que lo cuidaran en su aventura.
Regresó a su casa y buscó el mejor atuendo: un chuck de lana blanca, camisa del mismo color, pantalón negro y un par de huaraches de piel tejida y se dirigió a la plaza del pueblo.
Al llegar se encontró a María, quien llevaba en la mano un sombrero blanco, tipo vaquero, se lo dio y lo felicitó por su cumpleaños.
Ese gesto reafirmó el amor que Juan tenía por María, sin embargo no le mencionó lo de su viaje y el plan continuaría su marcha.
Se despidieron, ya que María tenía que estar en la misa de San Juanito.
Pedro y Juan cumplieron lo pactado, se vieron a la entrada del Palacio Municipal y mientras los turistas abandonaban el pueblo, ellos se mezclaron entre los extranjeros y abandonaron el pueblo que los vio nacer.
Tomaron un trasporte colectivo que los llevó hasta el mercado de San Cristóbal de las Casa y luego se trasladaron a la central de autobuses donde abordaron un camión de la línea de Cristóbal Colón y una hora después se encontraban en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez.
Los dos indígenas nunca habían salido del pueblo, pero gracias al primo de Pedro pudieron movilizarse en la capital, él los instaló en una vecindad que se encuentra en la tercera oriente esquina con la segunda norte. En ese lugar, se encontraban otras familias de San Juan Chamula.
Al día siguiente, ya se estaban laborando, Pedro tenía una caja para bolear zapatos, aprendió rápido, en una noche le enseñaron como sacarle brillo al calzado y a cobrar por ello, diez peso por tinta y cinco pesos por la grasa.
A Juan le tocó con suerte, le entregaron un mueble de triplay, lleno de golosinas, chicles y cigarros, él sabía hacer cuentas por lo que el comercio de esos productos se le facilitaría.
Sus compañeros le enseñaron llegar al parque central, que se encontraba a tan sólo dos calles de distancia, caminaban por la segunda norte hasta llegar al paso a desnivel, donde subieron por la rampa lateral al Palacio de Gobierno Federal, les brindaron un pequeño tour por la plaza y luego los encaminaron por la avenida central oriente llegando al jardín del Centro Cultural Jaime Sabines y de regreso.
Esa sería su ruta por lo pronto hasta que llegaran a conocer la ciudad.
Pasó una semana y Juan no había tenido problemas, salvo de su pronunciación del castellano, que a muchos de los ladinos que viven en la ciudad les causa risa, estaba ganando suficiente dinero para ahorrar, la comida era barata pero diferente y se sentía un poco incomodo su forma de vestir, ya que la temperatura de Tuxtla Gutiérrez es en promedio de 35 grados centígrados y el chuk es ya molesto, por lo que viste solamente con camisa, pantalón y huaraches.
Por las noches, recibían noticias del pueblo y Juan extrañaba a su novia María, decidió contactarla a través de un paisano que comercializaba flores en el mercado Díaz Ordaz.
No pasó mucho tiempo y el afligido novio encontró respuesta, en un recado le mandaron el número telefónico de la caseta del pueblo, le dijeron que le marcara a las cinco de la tarde, que estaría esperándolo.
Así lo hizo, compró una tarjeta de prepago y en uno de los teléfonos que se encuentran en la plazuela del Centro Cultural Jaime Sabines, Juan le marcó a María que esperaba ansiosa.
Y sin más preámbulos, la novia le confesó a su enamorado que se encontraba embarazada y necesitaba que fuera por ella para cumplir con sus promesas, Juan se sentía entre alegre y preocupado, ya que no ganada suficiente dinero para tenerla con él, pero la ilusión de un hijo hizo que se empeñaría aún más para estar juntos y le prometió soñaría con ella y su hijo todas las noches, despidiéndose con lagrimas en los ojos.
Más de diez días pasaron y Juan no podía reunir el capital necesario, salió a trabajar y le dio la noche pensando cómo lograría tener a María y su bebé en la ciudad, se quedó sentado en uno de los escalones, a un lado de la salida del estacionamiento que se encuentra debajo del parque sobre la calle central.
Un hombre se le acercó, le compro unos cigarros, tan distraído estaba Juan que ni se los cobró, regresó esta persona y le dijo: -qué te pasa muchacho, aquí esta lo de los cigarros-, Juan sólo asentó con la cabeza.
El individuo insistió, -¡hey! muchacho, ¿te gustaría ganarte un buen dinero vendiendo estas cajitas de chicles?-
Al escuchar esto a Juan se le iluminó la cara, claro que quería ganar más dinero y así poder ayudar a su querida María.
El hombre le explicó, -pon atención, estas cajitas traen un chicle que cuesta caro, pero le gusta a mucha gente, por cada cajita que vendas te voy a dar 20 pesos, tú las vas a vender a 100 varos, así que me vas a dar 80 pesotes por chicle, a mis amigos les voy a contar que tú las vendes en este lugar, ¿qué te parece?-
-Muy bien señor y cuándo empiezo-
-Ahora mismo, te doy para empezar 25 cajita, no las vayas a confundir con las que traes en el canguro, mejor guárdalas en tu bolsa, por cierto cómo te llamas-
-Me llamo Juan-
-A mi me dicen el Colombiano, así que te espero todos los días a la seis de la tardes para que hagamos cuentas y te deje más chicles-
Esa noche, Juan tuvo suerte, pudo vender las 25 cajitas, y se fue a su casa, en menos de tres horas ganó 500 pesos, si seguía de esta forma en cinco días podía ya estar con su novia.
Al día siguiente, llegó al lugar indicado y esperó paciente, el Colombiano llegó tarde, a las siete de la noche, a Juan ya lo habían abordado varias personas preguntando por los chicles.
-Qué paso mi Juanito, como le fue en la venta-
-Bien, aquí esta su dinero-
-¡No, no, no, aquí no lo saques, es peligroso, hay mucho ratero-
Así que se metieron dentro del estacionamiento y ahí Juan le entregó el dinero, dos mil 500 pesos, el Colombiano los recibió y le pago 500 pesos.
-Muy bien mi Juanito, así me gusta la gente trabajadora y como recompensa te voy a dar 50 chicles, si me los vendes todos te voy a dar mil 500 pesotes, cómo la ves desde hay, ¡mmm!-
Juan tomó el dinero y los chicles, se encaminó hacia el parque y de inmediato se puso a trabajar. –Querés chicle, querés chicle- les decía a las personas que transitaban, el Colombiano lo escuchó, se le acercó, lo apretó fuerte del brazo y le dijo: -calmado, con mucha discreción, la gente sola se te va ir acercando, tranquilo mi Juanito-
Así lo hizo, hasta las doce de la noche, sólo le quedaban tres cajitas y ya no había mucha gente en la plaza, así que desilusionado Juan decide irse a su casa.
Por el camino, a la altura de la segunda norte y segunda oriente una camioneta color negra se para a su lado y le pregunta: -¡hey tú!, ¿traes chicles?-
-Sí, me quedan tres, los querés-
-Claro, ¿cuánto es?-
-300 pesos-
Feliz estaba Juan, pues había podido vender todo el producto y el Colombiano le daría su recompensa, así se retiró a descansar sabedor de que podría mandarle a María el dinero necesario para que llegara a la capital.
Escondido en el pantalón, Juan tenía el dinero, cinco mil pesos y esperaba que esto mil 500 fueran para él.
Era viernes y se despertó temprano, metió el dinero en el cajón de los dulces y se salió a la venta, impaciente llegó al jardín del Centro Cultural Jaime Sabines, localizó uno de los teléfonos públicos y marcó hacia la caseta de San Juan Chamula, esperanzado de que ahí estuviera María, pero no tuvo éxito.
Se fue a buscar a su paisano al mercado Díaz Ordaz y le informaron que llegaba hasta el lunes.
En su desesperación pensó en irse a su pueblo, total ya tenía el dinero y con un poco de suerte la encontraría sin que nadie se diera cuenta.
Pero traía la ganancia de los chicles y el Colombiano lo iba estar esperando, reflexionó y decidió esperar hasta el sábado, así con las ganancias del día podría ir y regresar en un taxi y en menos de cuatro horas estar con María en Tuxtla Gutiérrez.
No podía ser mejor la idea, pensó y con mejor ánimo siguió su trajinar por la ciudad vendiendo golosinas.
Por la noche, llegó a la entrada del estacionamiento, ya lo esperaba el Colombiano que le dice: -¿qué paso mi Juanito, qué dice?, lo veo, alegre espero que sean buenas noticias para los dos-
-Claro que sí señor Colombiano, vendí todas las cajitas de chicle-
Al decir esto se introdujeron al aparcamiento, del cajón de los dulces Juan sacó los cinco mil pesos y se los entregó al Colombiano, que lo felicitó: -eres cabrón pinche Juanito, no pensé que los fueras a vender, aquí está tu parte, lo prometido es deuda, tus mil 500 pesotes, para que te vayas a tomar unas frías de mi parte, pero espera, como hoy es viernes y va haber tardeada aquí enfrente te voy a dejar 80 cajitas, ya sabes si me vendes 50 te doy lo pactado, pero si me las vendes todas te doy dos mil pesos, entre más me vendas yo te pago más, eso sí muy discreto-
El Colombiano le entregó la mercancía y nuevamente Juan se quedó a vender en la plaza, cierto era de que por haber fiesta y ser fin de semana había más gente de lo normal.
Esa noche terminó hasta las dos de la mañana, y al cangurito solo le quedaban nueve cajitas, el parque estaba solitario y el traía mucho dinero para estar fuera a esa hora, se encaminó a la vecindad, al llegar a la rampa que se encuentra a un lado del Palacio de Gobierno Federal, lo llamaron de un carro viejo, casi chatarra, habían dos personas en completo estado de ebriedad.
-Hey vos, vení pa´ ca´, tenés todavía unos chiclitos-
-Sí, aquí tengo todavía algunos, ¿cuántos querés?
-¡Futa!, pues tengo fiesta tendrás unas 15 cajitas-
-No apenas tengo nueve-
-A ta´ gueno, pues como va, ¿son de a 100 verdad?
Juan les dio les vendió el producto y se fue muy rápido a su casa, llevaba consigo diez mil peso, nunca en su vida había traído tanto dinero y tenía miedo que lo asaltaran.
Al llegar a su casa, Pedro lo estaba esperando, por la cara de preocupado sabía que no eran buenas noticias.
-¿Onstabas Juan? desde hace rato llegó tu amigo el de las flores, dijo que María estaba muy mala, que su apá le había puesto una gran chinga, porque le hablaste a la caseta, esta haya fuera en una camionetita roja esperándote-
Juan presuroso, dejo su cajón de dulces, se metió el dinero en el bolsillo derecho del pantalón y salió a ver a su amigo.
Vio que el vehículo estaba parado frente a la vecindad, adentro se encontraba su paisano, que al verlo le comentó: -Fijate Juan que ayer cuando llegue a San Juan me comentaron que te estaban buscando, yo no les dije nada, pero unas señoras me dijeron que María estaba remala, porque el señor de la caseta la fue a buscar a su casa y le dijo a tu suegro que andabas buscando a su hija y que no era la primera vez que hablabas-
Angustiado Juan cuestiona a su amigo: -¿Y dónde está María?
-Está en la casa de la partera, dicen que estaba embarazada-
-Me podrías llevar al pueblo, quiero verla- le suplicó Juan al florista -tengo paga, te doy para la gasolina y te pago el viaje- y le enseño los diez mil pesos.
En eso se acerco una camioneta negra, eran dos policías que traían una investigación en contra del Colombiano.
-Que paso Juanito, ¿hoy no nos vas a vender una cajita de chicles?, Juan les contestó que no, que ya no tenía y que estaba muy preocupado porque su novia estaba enferma.
Los policías hicieron caso omiso y en una maniobra lo tenían esposado, le quitaron el dinero y lo subieron en la góndola de la camioneta, ahí mismo se encontraba el Colombiano que le gritaba: -tú no digas nada, yo arreglo todo- así en repetidas ocasiones.
Juan no sabía el motivo de su detención, pero a él poco le importaba lo que le sucedía, en su mente sólo estaba el bienestar de María y el de su hijo.
Los policías los trasladaron ante el Ministerio Público y los dejaron en los separos, el Colombiano no dejaba de gritarle a la autoridad que se arrepentirían de ese acto, que no sabían con quien se habían metido, que era influyente, que pertenecía a la Mara Salvatrucha y que lo iban a rescatar.
Juan permanecía inerte en una esquina de la habitación, las dudas lo enclaustraban, quería salir en busca María.
Amaneció, el indígena no había podido dormir, el Colombiano desayunaba y le decía a Juan -tu no digas nada, yo lo resuelvo todo, esto es un mal entendido, tú no tienes nada que ver con lo sucedido, aguanta Juanito que a medio día estamos fuera-.
Llegaron por el Colombiano para que declarara sobre el caso, pocos minutos pasaron cuando lo regresaron a la celda.
-Juanito ahora te toca a ti, tu firmas los papeles que te de el lic para que puedas salir en libertad-
Juan lo miró con enojo y se fue con los policías, ya en la oficina del Ministerio Público, le hicieron una serie de preguntas -¿Cómo te llamas?
- Juan Pérez Hernández, señor-
- A que te dedicas-
- Soy vendedor de dulces-
- Sabes Juan, dice el Colombiano que te dedicas a la venta de cocaína y que vendes las grapas dentro de cajas de chicles, que él te ha comprado desde hace un buen tiempo-
- no es cierto señor, yo solo vendo dulces y cigarros, él me da unos chicles pa´ que los venda en el parque, que son caros pero los compran muchos-
-No te hagas pendejo Juan, sabemos que tú los vendes, apoco ese dinero que te encontraron mis policías es por vender golosinas, ¿qué me crees?, ¡un estúpido!-
-Le digo la verdad, yo no vendo eso que ustedes dicen, yo solo vendo dulces, cigarros y cajitas de chicles-
Así continúo el interrogatorio hasta que lo mandaron a los separos.
En la noche el Colombiano salió en libertad, pago una mula de diez mil pesos, que era el dinero que le habían quitado a Juan en su detención.
Al siguiente día fue trasladado el penal, y fue puesto a disposición de un Juez, que en tres meses lo absolvió de todo cargo.
Juan regreso a su vecindad y se enteró que María perdió a su bebé por una hemorragia interna producto de los golpes que recibió de su padre al enterarse que estaba embarazada y fue trasladada a un hospital de San Cristóbal de las Casas donde perdió la vida.
Desde ese entonces, Juan sueña con su mujer y su hijo, como se lo prometió a María el último día en que hablaron.
El sigue caminando por las calles de Tuxtla Gutiérrez, vendiendo golosinas y cigarros, si alguien quiere una cajita de chicles siempre se cerciora que los mastiquen.
De vez en vez, Juan se sienta frente a la estatua de Jaime Sabines que está en el jardín del Centro Cultural, ahí cierra los ojos e imagina como sería su vida con María y su hijo sino hubiera vendido esas malditas cajas de chicle.
ta chido el cuento muy bien estructurado chido chido donde si se te la jalaste es donde no se dio cuenta que eran chicles de 100 varos si son chintos pero no tanto...je je
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