Pequeñas crónicas de la crisis...
Caín
(Amarte hasta las entrañas)
Vinicio Portela Hernández
A veces hay que escoger entre
muchos caminos, ser bueno, ser malo son dos opciones que diariamente se debaten
en la conciencia de las personas, hay otros que son obligados por el destino
por una tercera: sin remordimientos.
Caín vivía en la tubería que
abastece de agua potable al norponiente de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, siempre
está solo con sus pensamientos a pesar de ser un adolecente de 15 años nunca se
ha permitido tener un amigo, alude que siempre está ocupado trabajando
acarreando arena y cemento para la fabricación de blocks o desmontando terrenos
baldíos.
Desde los 5 años Caín se ha valido
por sí mismo, fue hijo único de una familia miserable, su madre se dedicaba a
la prostitución y su padre era un albañil alcohólico, ambos fallecieron cuando
el muchacho tenía apenas 8 años de edad, fueron encontrados en estado de
putrefacción en unos terrenos abandonados a tras de la colonia Zapata.
Noviembre es el peor mes para Caín,
pues el día de muertos le trae recuerdo de sus padres, los añora y desde
entonces se refugió entre los matorrales que sobreviven alrededor de la tubería
del agua potable.
Los frentes fríos le hacen padecer,
con una pequeña colcha maltrecha tapa sus largos brazos que le llegan a tocar sus
rodillas, están llenos de cicatrices a causa del trabajo, por esa razón es que
lo conocen en como el Orangután.
Su cabello complementa su apodo, totalmente
enredado, sucio y gris por tanto cemento que se ha pegado y que con la lluvia
se encuentra ceñida al grado de que con las altas temperaturas, que imperan en
la ciudad, ah permitido que se le hagan hecho surcos donde viven piojos y
liendres.
Es domingo por la mañana y Caín
resistió el frío amanecer que dejó caer una leve llovizna, esta vez la colcha
no soportó el clima y dejó pasar toda su furia sobre el maltratado cuerpo del
joven.
Con los ojos llenos de lagañas pudo
observar, en el camino que lleva a la colonia Las Águilas, un grupo de
muchachos que se reunían en la Iglesia del Divino Niño Jesús, los conocía de
vista ya que era la vía que utilizaba para llegar a la fábrica de blocks que
está en frente al CBTis 144.
Todavía somnoliento escuchó una voz
de mujer que le gritaba: -¡Orangután!-, y dirigiéndose a su grupo les señaló:
-ya ven, ahí es donde vive, se los dije, debe estar muerto de frío y hambre-.
Caín se encontraba acurrucado bajo
la helada tubería sin moverse, mientras que los jóvenes lo rodeaban preocupados
por ver las condiciones de vida que llevaba el Orangután.
Entre ellos platicaban, asegurando
que el Padre tenía razón, que sería bueno ayudar al muchacho de esa espantosa
forma de subsistencia que tenía. Entre todos dejaron algo, traían comida
enlatada, galletas, agua embotellada, un par de colchas y un gran tramo de
naylon para construirle un pequeño refugio.
El orangután no se movió de su
lugar, pensó que se trataba otra vez de un sueño y disfrutó observando cómo los
jóvenes realizaban su labor, felices y cantando alabanzas como las que se
escuchan en las Iglesias cuando hay misa.
Terminaron su trabajo y se
dispusieron a irse, Adela, quien era la más pequeña del grupo, una niña de tan
solo 11 años se rezagó y le tocó el pelo duro de Caín y con voz suave se
despidió: -espero que te sirva lo que trajimos, el Padre Pedro nos hablo de ti
y mañana te conseguiremos ropa para que te puedas cambiar y nos acompañes a la capilla
para orar por ti Orangután-, a lo que replicó diciéndole: -me llamo Caín-
agarrándole la mano.
Un poco asustada Adela de un brinco
se paró y alcanzó corriendo al grupo que ya le llevaba varios metros de
distancia, mientras que Caín cerró los ojos y siguió durmiendo.
La luz del sol de medio día, que
chocaba con su cara, despertó al joven, incrédulo se acercó hacia el alimento
que le habían dejado, no era un sueño, era real, los muchachos de la iglesia le
habían dejado comida pero esa dicha se convirtió en tragedia, se habían
olvidado de dejar el abrelatas que se encontraba dentro de la mochila de Adela.
Con piedras rompió uno de los
recipientes metálicos sobre la ancha tubería y como si se tratara del más
esquicito manjar lamió toda la estructura sin dejar rastro de su contenido. Ya
en su casa. Adela se dio cuenta de su error y buscó una solución para enmendar
el descuido.
El lunes por la tarde, los jóvenes
se reunieron en la Iglesia del Divino Niño Jesús, cada uno de ellos llevaba
algo para Caín, el Padre Pedro supervisaba las cosas: varias playeras, dos
pares de tenis, cuatro chamarras, un pantalón de mezclilla, una colchoneta y
hasta una tienda de campaña vieja pero recién reparada, también llevaban más
galletas y agua.
Muy preocupada la mamá de Adela
llegó ante el religioso y le comentó que no encontraba a su hija desde la
mañana, sus amigos al escuchar esto se propusieron buscarla pero calló la noche
y no pudieron hallarla.
Al siguiente día al amanecer, los
muchachos ya se organizaban con el Padre para reanudar la búsqueda. Luego de 12
horas infructíferas, Santiago, el mejor amigo de Adela decidió ponerle saldo a
su teléfono celular y al momento de activar el internet le llegó un mensaje de Whatsapp,
era precisamente Adela que le escribió: -soy retonta, se me olvido darle el
abrelatas, me acompañas a dejarlo-.
Santiago corrió con sus amigos, les
dijo lo sucedido y rápidamente se encaminaron hacia la tubería de agua potable,
poco antes del ocaso, el grupo llego al refugio improvisado, vieron las piernas
de Caín inmóviles abrieron poco a poco el naylon y observaron que el muchacho
retozaba su rostro en el vientre de Adela y en ese momento una nube de moscas
salieron del interior del plástico que los hizo jalarlo de golpe descubriendo el cuerpo de Adela destrozado
por el propio abrelatas, las vísceras de la niña teñían de rojo la tierra y las
piedras de su alrededor, dejando a los presentes en shock al ver tan dantesca
escena.
Caín volteo el rostro poco a poco y
con sangre coagulada en una de sus mejillas estiró el brazo y le dijo al
religioso: -Es como me acariciaba mi mamá, es como me acariciaba mi mamá-. Una
risa hueca salió de las fauces del orangután y sacando fuerzas de la tristeza,
el Padre Pedro levantó una gran roca que la estrelló en la cabeza de Caín, los
jóvenes replicaron el ejemplo, no dejaron de golpear al joven hasta que ya no
se escucharon más gritos.
La noche cayó y en la obscuridad
enterraron a los cuerpos bajo la tubería, más tarde en la Iglesia se rezó un
Rosario, los chicos se confesaron y comulgaron, se postraron ante la imagen del
Divino Niño Jesús y sin remordimiento y angustia en sus ojos, prometieron que
nunca nadie sabría lo que había acontecido.
La madre de Adela todavía la sigue
buscando en compañía de sus amigos que tiene la esperanza de encontrarla aún
cuando sea mucho tiempo después.
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